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Tunng / …And then we saw land

Crítica del disco más electrónico de la banda Tunng

Adentrarse en un nuevo trabajo de Tunng es siempre una aventura. Un viaje inesperado en el que uno parece sumergirse de manera espontánea en un mundo experimental y misterioso, en el que la música parece salir de una dimensión desconocida para ofrecer todo tipo de sorpresas y sensaciones que, además, siempre tienen un punto de encuentro inconfundible.

El nuevo disco de Tunng era una intriga por muchos motivos. Uno de sus fundadores, voz principal y letrista, Sam Genders, había abandonado la formación, por lo que el suspense ante la novedad era considerable. Sin embargo, lejos de amedrentarse, para esta nueva etapa la banda ha contado con un nuevo vocalista y nuevo batería con los que ha venido toda una renovación del sonido. Este cambio, unido al viaje que hicieron por el desierto del Sáhara con los libaneses Tinariwen hicieron surgir las nuevas canciones. ¿Y ya no suenan a Tunng? Sí, siguen siendo ellos, de eso no hay duda.

…And then we saw land es probablemente el disco menos folk de Tunng, pero también es el más electrónico, personal, experimental y, sobre todo, el disco en el que sustituyen la sutileza por arreglos mucho más sobrecogedores y deslumbrantes. El que más juega con las voces y, a la vez, más guitarras y efectos ha introducido. Como si la marcha de su fundador hubiera sido esa chispa que necesitaba la banda para montar su propia revolución sonora. Y es así como suena un disco que combina las canciones más alegres y comerciales como el single Hustle, una especie de declaración de intenciones de lo más optimista, y cortes sin apenas instrumentación, donde la voz toma el protagonismo, y que podrían haber firmado perfectamente bandas como Chumbawamba (October, With Whiskey). Aunque donde más se acercan a este mundo atmosférico es en These Winds, preciosa canción que prácticamente está cantada a capella.

Destacan también la épica de las voces en Don’t look down or back, que parece confirmar que la banda prefiere mirar al futuro. Con esperanza y con la misma alegría casi épica que transmite esta canción donde los juegos de voces completan un clima que suena tan delicioso como fastuoso. Tienen su espacio también extrañas piezas como una especie de misa en castellano al comienzo de una de las canciones más surrealistas y electrónicas del conjunto, Santiago, justo antes del apoteósico final, Weekend Away, en la que todos los elementos brillan con luz propia. Un himno esperanzador y entusiasta.

Este camino en el que el folk y la electrónica se combinan en una suave mezcla aromática y sugerente, se va llenando de canciones en las que todo parece funcionar como si fueran once (más un regalito acústico al final) pequeñas piezas y engranajes de un disco enorme. Un álbum lleno de detalles que se van degustando con cada nueva escucha y que confirma que los británicos, lejos de estar muertos, están más vivos que nunca.

Publicado originalmente en la revista Koult.

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