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María Rodés / Una forma de hablar

Un disco personal y delicado con el que la catalana se estrena en solitario

Hay universos semi ocultos, esperando a que alguien se acerque, sigilosamente, con sutileza y delicadeza, y decida sacarlos a la luz para compartirlos con los demás. María Rodés estrena un nuevo proyecto, y un nuevo disco, esta vez con su nombre real, y nos abruma con un trabajo que es como un viaje por pasajes oníricos y de personalidad absoluta, y que destilan una belleza cotidiana y misteriosa fuera de lo habitual.

Se escuchan voces crecientes. Estallidos de sonidos y mezclas de ruidos que resultan ser el ritmo de una melodía. María Rodés no escatima en nada. No quiere ser convencional, y nosotros tampoco queremos que lo sea. Su segundo disco, Una forma de hablar, es precisamente el estallido de colores, matices, y sugerentes melodías que componen su particular manera de transmitir. Para ello, en esta ocasión ha contado con Ricky Falkner (Standstill, Love of Lesbian, Zahara) en las labores de producción, lo que viene siendo en los últimos años un sinónimo de calidad excepcional.

Y por supuesto, aquí no es una excepción. En un viaje misterioso y luminoso bañado en juegos de voces, tambores repentinos, campanas, bajos tímidos, y una interesante mezcla de estilos cubre, en apenas media hora musical, una aventura en la que resuenan ecos de folk, bossa nova, algo de jazz o incluso algún eco lejano de Nancy Sinatra. Un delicioso menú que se adereza con una voz dulce y afrancesada como sello personal para dar canciones que conservan un ingrediente casero, como si estuvieran grabadas en frente de una chimenea encendida, encima de una alfombra, y con escasa iluminación.

Afortunadamente, y lejos de esta moda extraña de lanzar proyectos de féminas con guitarra en mano y voz lánguida, el proyecto de María Rodés demuestra poseer tanta personalidad y tanta fuerza que es difícil encontrar algo similar en anteriores proyectos de folk. Y es una pena, porque lo más probable es que no paren de compararla con las demás. Pero no, definitivamente y tras escuchar canciones como la fantástica Una forma de hablar, El lobo y su misteriosa incertidumbre, o la breve y preciosa Desastra, queda claro que esta mujer juega en una liga diferente.

No hay tiempo en treinta minutos a descartes, y todos y cada uno de los once temas ofrecen diferentes grados de manifiestos, de sueños, de narraciones breves e introspección personal. Así, se muestra frágil y despistada en Desorden, juguetona en A lo mejor (“a lo mejor será mejor enloquecer y así perder cualquier razón”), reflexiva en De cero a cien, irónica y cabaretera en Rima con canción (“vas a dejar de ser el centro de toda mi atención, aunque te sepa mal a mi me va a sentar genial”), o con honestidad sarcástica como ella misma dice en Escondite, la pieza que cierra el disco, “mis canciones son fugaces, cualquier amago de sinceridad es fruto de pura casualidad”.

Casualidad o no, Una forma de hablar supone un excelente alivio para quienes pensamos que el folk es algo más que la imitación hasta la saciedad, y la pose de autoflagelación. María Rodés es un ejemplo de la experimentación positiva, de optar por un estilo personal, con un disco como resultado que dará mucho que hablar. Sin duda lo merece.

Publicado originalmente en la revista Koult.

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